EL COLUMPIO
¿Y si os cuento una historia? De esas que puedes creer o no…
Todo lo que en estas líneas voy a escribir fue basado en un
hecho real… ahora está en cada uno de vosotros que lo creáis o no.
Con vuestro permiso, os daré un consejo: nunca, nunca subestiméis
el poder del más allá, porque nunca se sabe…
Todo ocurrió en Madrid, en el Paseo de Gracia nº34.
La protagonista de este suceso se llamaba Sara. Tenía 16
años, cuando su curiosidad la llevó al mundo del más allá…del que aún no ha
vuelto y en el cual se dice que sigue vagando.
Sara era una adolescente bastante curiosa, algo rarita pero
inteligente. Como iba diciendo, Sara cursaba 1º de BUP en el instituto IES El
Lago, no muy lejos de donde ella vivía. El 31 de octubre de 1986, Sara, como
cada día, regresaba de las clases acompañada de Susana y Julia, sus dos mejores
amigas, o al menos eso creía ella. De camino a casa, se encontraron con Javier
de Durango, el chico del que Julia estaba pillada, y por el cual haría
cualquier cosa. Javier llevaba una caja, algo parecido a un juego de mesa. Sara
preguntó, con curiosidad, de qué juego se trataba. Javier y Julia se miraron
con ojos de complicidad y esta respondió que se trataba de la ouija, un tablero
con el que se podía invocar a los espíritus. Sara abrió los ojos con gran
asombro y con gran curiosidad…de sus labios, sin apenas darse cuenta, se escapó
un: - Buuah, yo quiero probar esto, tiene que molar… ¡Hagámoslo! Invoquemos a
alguien. Nunca he creído en estas bobadas y por qué no probarlo.
Esta tarde quedaron en el Parque de la Laguna, al que no
solía acercarse nadie ya que estaba los típicos columpios de hierro,
chirriantes y oxidados, donde los padres de hoy en día no quieren llevar a sus
hijos. Cuando se reunieron, también se apuntaron Samuel y Calos, otros amigos
del grupo, dispuestos todos a experimentar algo que nunca en sus vidas podían
olvidar y que los atormentaría eternamente.
La verdad es que para estar en el mes de octubre no era una
noche fría, se estaba bien, estaba templado y no corría el aire. Casi no había
estrellas y la luna era enorme y naranja, iluminaba todo el parque y se
reflejaba en el agua. La vedad es que era una bonita noche.
Buscaron una mesa de piedra que no estuviera tan cerca del
agua para no notar mucho la frialdad, se acomodaron alrededor de la mesa y
Javier colocó el tablero en el centro de ella. Susana sacó tres velas y las
encendió. Sacó un vaso de cristal y lo colocó justo encima del tablero. Sara,
tan curiosa como de costumbre, enseguida comenzó a mover el vaso por todo el
tablero invocando a toda clase de muertos, espíritus…
-¡Venga! Para ya. Vamos a hacer las cosas bien- dijo Javier.
Sara pasó el vaso a Javier que preguntó a quién querían
invocar, a quién querían regresar del más allá, entre ellos hubo miradas,
sonrisas, incertidumbre… Carlos dijo que los señores de su barrio comentaron
que en este parque había muerto una niña tras caerse de un columpio. En ese
instante, uno de los columpio empezó a balancearse y a chirriar, el grito de
los chavales se escuchó hasta el centro de la ciudad, pero ninguno de ellos se
movió de su sitio.
Sara propuso invocar a la niña para que pudiese contarles
qué le pasó, cómo se cayó del columpio, quién estaba con ella…
Pues bien, con las velas ya encendidas, y agarrándose las
manos, procedieron al ritual.
-Niña del parque te invocamos, manifiéstate… ¿estás aquí?
El vaso se deslizó suavemente por el tablero con los dedos
de los seis sobre él.
-Sí.
Todos se miraron algo asombrados. Javier volvió a preguntar:
-¿Cuál es tu nombre?
El vaso fue deslizándose de una letra a otra hasta que se
pudo leer Isabel. Nadie habló.
-¿Qué años tienes? – preguntó Javier de nuevo.
-Seis.
El vaso se paró.
Sara quería saber más. Estaba intrigada. Estaba asombrada.
Nunca antes había sentido y vivido algo así y preguntó: - Isabel, ¿qué te
ocurrió?
De repente, los columpios empezaron a balancearse
suavemente, los árboles comenzaron a agitar sus ramas, un viento helado les
recorrió los cuerpos inmóviles de miedo. El vaso comenzó a deslizarse sin
sentido y, de repente, en el tablero apareció la frase: - Me asesinaron.
- ¿Quién? ¿Cómo?
Sara quería saber más.
- MI MAMÁ, MI MAMÁ, MI MAMÁ.
En ese instante, algo empujó a Susana e hizo que cayera del
banco. Todos corrieron dejando sola a Sara, que se quedó allí, sentada inmóvil.
- No tengo miedo, Isabel. ¿Qué te pasó? ¿Por qué tu mamá te
mató?... Sara oyó la voz de Isabel, que decía que su madre estaba poseída por
un mal, algo dentro de ella se lo ordenó o, al menos, eso escuché decir a las
personas cuando todo ocurrió.
- Mi mamá me trajo aquí, me sentó en este columpio, y
comenzó a mecerme suavemente. En un instante, mi vestido y mis zapatitos se
llenaron de sangre. Ella me cortó el cuello.
Sara, boquiabierta por el espantoso crimen, no podía mediar
palabra…
- ¿Sara? ¿Ese es tu nombre? – le preguntó Isabel.
- Sí – contestó Sara con un hilo de voz.
- Acompáñame Sara, me siento sola, tengo miedo, quiero que
te estés conmigo.
Sara la miró aturdida. Isabel le agarró la mano, estaba tan
fría… Sara la miró y caminó de su manita hasta llegar a los columpios. Allí se
sentaron. Sara miró a Isabel, estaba feliz.
Sus bonitos ojos verdes, en un instante, se volvieron
blancos, su sonrisa dulce y angelical se transformó en una sonrisa cómplice y
malvada.
Cuando Sara miró su jersey gris y sus vaqueros azules,
estaban manchados de sangre. Llevándose las manos al cuello, pudo comprobar que
era suya. Giró la cabeza y, alzando la mirada, allí, sonriendo, estaban Javier,
Carlos y Samuel.
La mataron, sus amigos la mataron. Allí quedó, sentada,
desangrada, en su último suspiro miró al columpio de al lado, Isabel le sonreía
mientras repetía una y otra vez:
- No estaré sola nunca más, tú te quedarás aquí conmigo.
Andrea de Juan López