El llanto de un bebé que se acababa de despertar me trajo de nuevo a la realidad. El resto del viaje lo pasé leyendo un libro que me regaló mi amiga Ana. ¡Ella sí que había tenido suerte! Después de acabar la carrera de diseño de moda, había creado su propia marca de ropa y ahora era una gran diseñadora y empresaria con una vida muy acomodada. Eso es cuestión de suerte, pensé. Yo sabía que nunca iba a conseguir destacar en la vida, en gran parte por la inseguridad que me invadía.
Después de muchas horas de viaje llegué a mi destino, Berlín. Cuando salí de aquel tren, veía cómo familias se abrazaban entre llantos después de meses sin verse, y yo en cambio ahí estaba, sola y sin saber qué hacer. Me sentía como una hormiguita. Nunca había viajado sola y menos a un país desconocido. Tras un rato ahí parada en la estación mientras me mojaba por la lluvia, decidí que era el momento de coger un autobús para llegar a la que a partir de ahora sería mi casa. La verdad no sabía cómo iba a ser, ya que la empresa me la buscó para que yo no tuviera ningún problema.
Tras estar perdida por la ciudad durante horas buscando mi apartamento, por fin llegué. Al abrir la puerta encontré a dos jóvenes con malas apariencias, ya que resulta que la empresa me buscó un piso de estudiantes donde debería compartir casa con otras dos personas. Genial, no me podía ir peor, pensé. Sin apenas saludarles me encerré en mi habitación y empecé a llorar. Pensaba en mi vida en Madrid, lo fácil que era todo en casa de mis padres y tras un rato me quedé dormida.
A la mañana siguiente pedí perdón a mis compañeros por ser el día anterior tan grosera y la verdad que me cayeron bien. Ese día me propuse ser agradable con la gente e intentar ser lo más feliz posible en aquella ciudad.
Tras una hora de metro hasta el trabajo por fin llegué a mi nueva empresa. Al entrar me quedé impresionada por lo grande y moderna que era. Todo iba a ir bien, me decía, pero no fue así. El trabajo que me prometían era mucho peor de lo que me esperaba. Tan solo sería la becaria, pero aún así estaba contenta ya que me encantaba todo lo relacionado con el periodismo. Me presenté a mis nuevos compañeros de forma correcta y simpática pero al contrario de mis expectativas, ellos pasaron de mí y durante todo el día me miraron por encima del hombro. Durante la comida bajé al comedor donde me senté en una mesa sola ya que después de haberme sentido tan ignorada por aquellos compañeros no quería volver a acercarme a ellos. Mientras comía pensaba en cómo volver a mi casa y no volver a pisar por aquella empresa, me sentía realmente mal. El saludo de un chico me volvió a la realidad. Me dijo que si se podía sentar a mi lado y yo por supuesto que acepté. No le había visto en toda la mañana por la empresa y su presencia me tranquilizó y alegró. Por lo menos alguien tuvo la decencia de acercarse a mí y hablarme.