Aquel
14 de diciembre nevaba intensamente en mi ciudad. Aún recuerdo la felicidad de
muchos niños al ver por primera vez la nieve. El espíritu navideño ya había
inundado Madrid, llena de luces y gente por la calle haciendo las compras
navideñas. En cambio, yo no sentía la felicidad de toda esa gente, la tristeza
me inundaba por dentro. Sentada en el tren esperando a que arrancara veía las
tristes caras de mis padres y mi hermana. Sé que aparentaban serenidad para que
yo no sufriera pero en el fondo estaban igual de destrozados que yo. Agaché la
cabeza y las lágrimas empezaron a caer de mis ojos, no podía soportar la idea
de no pasar las navidades en familia. Era la primera vez que esto pasaba, me
debía ir y dejar atrás toda mi vida. No había vuelta atrás, la decisión estaba
tomada y era lo mejor para mi futuro. El tren arrancó y cada vez iba dejando
más atrás a mi familia. Decidí no pensar en ellos y me puse a observar a los
viajeros de aquel tren. La gente estaba feliz, probablemente fuese un viaje de
regreso a sus casas para estar con su familia. A mi lado una pareja con un bebé
comentaba cómo sería el encuentro con su familia al llegar a Berlín. Berlín,
bonita ciudad para ir de vacaciones por su gran historia pero no para pasar la
Navidad sola y lejos de mi familia, pensé. Yo me dirigía a esa gran ciudad a
trabajar. Desde que acabé mi carrera y el máster me he dedicado a echar
currículums por todas las empresas para poder encontrar un trabajo, pero no lo
conseguí. No me importaba trabajar en algo que no estuviera relacionado con mi
profesión pero aun así no conseguí nada en lo que trabajar. Después de un año
estudiando otros idiomas decidí que ya era el momento de buscar trabajo fuera
de España, aunque la idea no me resultara atractiva en absoluto. Esta vez tuve
suerte y hace una semana me llamaron de una empresa alemana para trabajar con
ellos desde el 15 de diciembre. Sabía que debía aceptar, además me dedicaría al
periodismo, mi gran pasión. El trabajo ofertado consistía en ser redactora en
una revista. La idea me fascinaba y no me lo pensé dos veces.
El
llanto de un bebé que se acababa de despertar me trajo de nuevo a la realidad.
El resto del viaje lo pasé leyendo un libro que me regaló mi amiga Ana. ¡Ella
sí que había tenido suerte! Después de acabar la carrera de diseño de moda,
había creado su propia marca de ropa y ahora era una gran diseñadora y
empresaria con una vida muy acomodada. Eso es cuestión de suerte, pensé. Yo
sabía que nunca iba a conseguir destacar en la vida, en gran parte por la
inseguridad que me invadía.
Después
de muchas horas de viaje llegué a mi destino, Berlín. Cuando salí de aquel
tren, veía cómo familias se abrazaban entre llantos después de meses sin verse,
y yo en cambio ahí estaba, sola y sin saber qué hacer. Me sentía como una
hormiguita. Nunca había viajado sola y menos a un país desconocido. Tras un
rato ahí parada en la estación mientras me mojaba por la lluvia, decidí que era
el momento de coger un autobús para llegar a la que a partir de ahora sería mi
casa. La verdad no sabía cómo iba a ser, ya que la empresa me la buscó para que
yo no tuviera ningún problema.
Tras
estar perdida por la ciudad durante horas buscando mi apartamento, por fin
llegué. Al abrir la puerta encontré a dos jóvenes con malas apariencias, ya que
resulta que la empresa me buscó un piso de estudiantes donde debería compartir
casa con otras dos personas. Genial, no me podía ir peor, pensé. Sin apenas
saludarles me encerré en mi habitación y empecé a llorar. Pensaba en mi vida en
Madrid, lo fácil que era todo en casa de mis padres y tras un rato me quedé
dormida.
A la
mañana siguiente pedí perdón a mis compañeros por ser el día anterior tan
grosera y la verdad que me cayeron bien. Ese día me propuse ser agradable con
la gente e intentar ser lo más feliz posible en aquella ciudad.
Tras
una hora de metro hasta el trabajo por fin llegué a mi nueva empresa. Al entrar
me quedé impresionada por lo grande y moderna que era. Todo iba a ir bien, me
decía, pero no fue así. El trabajo que me prometían era mucho peor de lo que me
esperaba. Tan solo sería la becaria, pero aun así estaba contenta ya que me
encantaba todo lo relacionado con el periodismo. Me presenté a mis nuevos
compañeros de forma correcta y simpática pero al contrario de mis expectativas,
ellos pasaron de mí y durante todo el día me miraron por encima del hombro.
Durante la comida bajé al comedor donde me senté en una mesa sola, ya que
después de haberme sentido tan ignorada por aquellos compañeros no quería
volver a acercarme a ellos. Mientras comía pensaba en cómo volver a mi casa y
no volver a pisar por aquella empresa, me sentía realmente mal. El saludo de un
chico me volvió a la realidad. Me dijo que si se podía sentar a mi lado y yo
por supuesto que acepté. No le había visto en toda la mañana por la empresa y
su presencia me tranquilizó y alegró. Por
lo menos alguien tuvo la decencia de acercarse a mí y hablarme.
El
chico se llamaba Lucas y también venía de España. Los dos estábamos en la misma
situación, y eso nos hizo empezar a ser muy buenos amigos.
Un
día, cuando estábamos comiendo, él me propuso ir al cine, lo que supuso un gran
plan para mí, ya que allí en Berlín no salía mucho.
Él me
estaba esperando a la puerta del cine cuando yo llegué. Todo parecía normal,
pero yo no le notaba como siempre, asique le pregunte si iba todo bien, y él me
dijo que sí, y yo decidí dejarlo pasar. Nos acabamos de despedir y cada uno se
iba para su casa cuando note que algo se le caía, era una carta, muy extraña a
mi parecer, me giré para ir a dársela pero él había desaparecido. Yo estaba
confusa, no quería abrir la carta porque eso sería entrometerme demasiado pero
la intriga me comía por dentro, ¿Por qué era un sobre tan raro? ¿Por qué había
desaparecido repentinamente? Esa noche no dormí mucho pensando en lo sucedido
pero estaba convencida de que al día siguiente me lo explicaría.
Aquel
día yo estaba dispersa en mi trabajo, miraba para todas partes para ver si le
encontraba pero no hubo suerte, no le vi ni en la hora de la comida, asique
pensé que estaría enfermo y no habría podido venir. Pero no, ya que esta
situación se repitió durante las dos semanas siguientes. Yo estaba muy
preocupada, no sabía qué hacer. Cuando llegue a casa, entre en mi habitación y
cogí la carta, tenía que ver lo que ponía no podía aguantar más. Así lo hice,
con mucho cuidado abrí el sobre y saqué la carta con mucho cuidado. Empecé a leer,
y por sorpresa para mí, yo era su destinataria. En ella decía que se tenía que
ir, y que no me podía decir porque, ya que era demasiado peligroso como para
involucrarme. Aquello parecía una broma, después de casi dos meses juntos ahora
de repente desaparecía de aquella manera. Él era la única persona que yo tenía
en Berlín, y se había ido.
Desde
aquel momento todos los días me empezaron a parecer horribles, ya no tenía a
nadie con quien hablar en el trabajo, nadie con quien quedar los sábados, y lo
más importante, no sabía que le había pasado. Necesitaba que eso cambiara de
alguna manera porque no podía seguir así.
Entonces,
me puse a pensar en todos los momentos que había vivido con él para sacar
alguna pista de que podía haber pasado. Haciendo memoria, me paré en el último
día que le vi, aquel sábado cuando nos despedimos después de ir al cine, yo le
había notado raro pero no sabía porque, y ahora que lo pensaba, aquel día
llevaba algo distinto en el cuello, una especie de colgante, pero no
cualquiera, aquel transmitía algo extraño. Sin saber porque salí corriendo de
mi habitación hacia la biblioteca. Allí me puse a buscar antiguos amuletos que
se parecieran a la borrosa imagen que yo tenía del suyo. Le había encontrado.
No sé porque pero tenía la sensación de que era ese cuando le vi.
Empecé
a leer, pero cuando supe por fin lo que significaba, deseaba haberme quedado
con la intriga, tenía el presentimiento de que lo que se me avecinaba no era
nada bueno. Sin quererlo me había metido
en la peor pesadilla que uno pueda llegar a tener.
Lucas,
mi amigo, pertenece a una banda de secuestradores rusa… Esto es increíble, no
me lo creo ni yo, ¿mi Lucas? Estoy en shock… Al parecer el símbolo de su
colgante quiere decir ``frialdad´´ algo por lo que se caracterizan allí. Tenía
que averiguar la manera de encontrarlo, y rápido, porque si están aquí en
Berlín es que buscan a alguien. Busqué más en los libros y no sabía qué hacer,
esto me iba a atormentar la semana probablemente. Llegué a mi casa y comencé a
pensar… ¿Y si era yo su próxima víctima? Miles de ideas rondaban en mi cabeza y
no sabía qué hacer, solo quería desaparecer, solo quería llorar, o que mi
familia estuviese aquí cerca apoyándome… Opté por la segunda opción, entré en
la ducha y comencé a llorar. A parte de estar más relajada ahí, es el único
lugar donde mis lágrimas se camuflan. A la mañana siguiente, me desperté con
una gran idea. Seguro que alguno de los integrantes sigue aquí, buscándome a mí
o a otras personas. Si me busca a mí, estará detrás de mí todo el día. Salgo a
la calle con una gran sonrisa, ¿mi plan? Fácil. Los rusos no sonríen, y su
banda representa la frialdad, así que hoy me he propuesto hacer sonreír a la
gente. Porque si los bostezos se contagian, ¿por qué no las sonrisas? Voy a
caminar por toda la ciudad y a estar atenta a ver quién anda tras de mí hoy, y
quien no me corresponda la sonrisa lo apuntaré en mi libreta. Aquí comienza la
búsqueda, en el portal. Saludo al portero con una gran sonrisa, la cual me
corresponde, uno menos. Pero la ciudad está llena de gente… será un día largo,
pienso. Camino por la acera, pegada al carril bici. Hoy no hay mucha gente
caminando, así que no será difícil entonces… `Hola, muy buenas´, digo a una
mujer con cara de pocos amigos, y me saluda muy dulce, algo que me sorprende.
Las apariencias engañan, muy buen dicho. Unas cuantas personas por la calle y
todas me corresponden. Esto no sé si va bien o mal, porque no tengo
sospechosos, algo bueno, pero eso quiere decir que estoy lejos de encontrar
alguna pista…Y aquí estoy, sentada en el bus, al lado del conductor, esperando
a que todo el que salga me diga algo. Un hombre, pantalón oscuro y chaqueta
gris; él no sale del bus, entra y pronuncia unas palabras raras, quizás ruso
puede ser, me ha mirado con cara de enfado, ni me ha sonreído, a pesar de un
dulce `hola´ que yo le he dicho. Llegamos a la última parada, yo bajo y él baja
y va persiguiéndome durante cuarenta y cinco minutos, esto no pinta muy bien…
Me paro y se para, ¿qué querrá?
Empiezo
a aumentar mi paso para volver a casa, pero que lista soy, me he parado en la
calle más lejana de donde está ubicado mi apartamento, me merezco un aplauso.
Un callejón, suelen dar mal rollo en las películas, pero esta es la vida real,
supongo que no pasará nada. Entro y alguien tapa mi boca. Pues me equivocaba,
sí que ha pasado algo, y no tiene buena pinta. Miro a la persona que me está
agarrando y es Lucas. `Lo siento, es a ti a quien buscábamos´ me susurra, no sé
si llorar o intentar huir, aunque es muy complicado. Y de nuevo en un problema, es que tengo un don especial para meterme en
problemas.
Y ahí,
en ese oscuro y olvidado callejón de Berlín me encuentro sola, sola y
acorralada por la friolera de nueve robustos hombres, entre ellos Lucas, sí el
mismo que tiempo atrás llegó a encandilarme con su tímida sonrisa y su gran
paciencia para escuchar todas mis penas. En este momento tengo que reconocer
que estoy más preocupada por este detalle que por mi propia vida, ya que a ese
farsante le había revelado hasta mi talla de pantalones. ¡Lo sabía todo sobre
mí!
Son
momentos muy intensos los vividos en ese lugar, ya que mientras ellos hablan,
supongo que en ruso, yo creyendo que este es el final de mi vida, me pongo a
pensar en los mejores momentos de estos casi veinticinco años que me avalan.
Pienso en mis padres, en mi hermana, en mis amigas de Madrid e incluso pienso
en la decepción que me he llevado con Lucas. De pronto veo que la banda termina
su conversación y Lucas se marcha del lugar de una forma tan fugaz como la
vivida anteriormente en la puerta del cine. Un individuo cubierto por un
pasamontañas, tengo que reconocer que tenía unos ojos azules penetrantes, se me
acerca y sin mediar palabra me empieza a desnudar sin reparo. En este momento
me siento la persona más infeliz del planeta… y todo para ponerme una ridícula
túnica oscura similar a la llevada por los miembros de la organización y yo
mientras me pongo la túnica me pregunto: ¿lograré salir de las garras de este
mafioso?, ¿Qué ganan secuestrando a jovencitas de mi edad?... ¡Ay, ingenua de
mí! Con la cantidad de veces que había redactado artículos sobre este tipo de
bandas… en fin, supongo que el terror me ha anulado la capacidad de pensar por
mí misma. Tras esto, y hay que decirlo a base de empujones, me introducen en
una repugnante furgoneta negra, y para mi sorpresa, en el interior de la misma
no voy a viajar sola ya que en ella se encuentran tres jóvenes en condiciones
similares a las mías. Todas son americanas, que al igual que yo, han venido a
Berlín a buscarse la vida. Gracias a mi buen inglés soy capaz de entenderme con
ellas, ¡ahora agradezco el empeño de mis padres en que aprendiera idiomas!,
¡qué haría hoy sin ellos!...
Tras
el paso de las horas, con nuestra relación ya afianzada y algo más tranquilas,
llegamos a la conclusión de que en verdad lo que pretenden es acabar con
nosotras para después traficar con nuestros órganos, ¡típico en este tipo de
bandas! Llegar a esta conclusión hubiera sido imposible sin la aportación de
Mara, la chica que más días lleva secuestrada y que había escuchado algo de
“órganos” en una conversación en inglés entre varios criminales semanas atrás.
El
tiempo se nos echa encima, nuestro final cada vez está más cerca, no sabemos si
reír o llorar hasta que de pronto se abre la puerta trasera de la oscura
furgoneta y para mi sorpresa ¡es Lucas!, ¿Qué querrá ahora? me pregunto a mí
misma. Misteriosamente se acerca a nosotras y susurrando nos dice: “ha llegado
vuestra hora”, nos ponemos todas a gritar eufóricamente y de repente me
despierto de un sobresalto y resulta que estoy en mi cama, en mi casa, con mi
hermana dormida como un tronco al lado y con el corazón latiéndome a mil.
Afortunadamente todo había sido una terrible pesadilla en la que había llegado
a experimentar sensaciones que no había tenido jamás. En este momento puedo
aplicar aquella oración que lleva persiguiéndome años, tras una lectura que
hice: SI VAS A SOÑAR, SUEÑA EN GRANDE.
AUTORES:
Sonia Martín Magalhaes, 1º ESO
Alejandra Díaz García, 2º ESO
Leticia Báñez Sobrino, 3º ESO
Cristian González Antonio, 4º ESO